Diego Costa fracasa con España, reconoce estar gordo y se autoinculpa en la crisis del Chelsea
¿Es Diego Costa una camiseta de moda descatalogada? ¿Lo consideran un digno sucesor de Didier Drogba en el Chelsea? ¿O creen que los Blues ficharon a precio de caviar un delantero carente de ese talento que distingue al buen jugador del futbolista único?
El controvertido atacante español nacido en Brasil ha copado portadas desde que la temporada empezase en agosto y no precisamente por su buen hacer. Costa está en crisis. Ha marcado un solo gol a las órdenes de José Mourinho en un inicio catastrófico de Premier League y Champions que puede acabar con el luso en la cola del paro.
Además, una de sus clásicas desconexiones cerebrales le ha supuesto una sanción de tres partidos sin jugar tras agredir violentamente a Laurent Koscielny. Por si fuera poco, su otrora soñado periplo con la selección española se ha tornado en una pesadilla. Ni está ni se le espera, desentona en una orquesta casi perfecta.
Al menos, el futbolista ha sido sincero en una de sus primeras apariciones ante los medios y ha achacado a su falta de profesionalidad su desastroso inicio de campaña. "Tal vez no seguí estrictamente mi dieta y cuando regresé de vacaciones no estaba en la forma en que debí haber estado, estaba un poco gordo y eso afectó a mi juego. Podría ser egoísta y echarle la culpa a Mourinho, pero soy responsable junto a mis compañeros".
Sin embargo, su rotundo fracaso defendiendo la camiseta de la selección española no tiene nada que ver con el sobrepeso. Ni con una puntual falta de profesionalidad. Los números no engañan. Costa ha jugado ya 9 partidos con La Roja, vigente campeona de Europa. Ha marcado un gol y no ha conseguido estrenar su casillero de asistencias.
En el cuadro de Vicente Del Bosque, que antes de la llegada de Costa deslumbró al mundo y que llevó a sus vitrinas dos Eurocopas y un Mundial a base de tiki taka, el delantero del Chelsea no da la talla.
Su calidad está muy por debajo de la media, no ha hecho olvidar a Fernando Torres ni David Villa, no mejora el rendimiento que ofrece Paco Alcácer, no se compenetra con el centro del campo y su presencia, no ya en el once sino en las convocatorias, está siendo sometida a debate en la prensa.
Hay una verdad incontestable en la carrera de Diego Costa. En solo dos de sus nueve temporadas como futbolista profesional, ha tenido números de estrella. En sus primeros 112 partidos defendiendo las camisetas de Penafiel, Braga, Celta, Albacete y Valladolid anotó 29 goles, una cifra al alcance de cualquiera -más de la mitad de estos partidos los jugó en Segunda División-.
La primera ocasión en la que Costa superó los diez goles fue la temporada 2013/14, cuando sumó la friolera de 27 dianas en 35 partidos, lo que llevó a Mourinho a poner toda la carne en el asador para ficharlo por 40 millones de euros. No decepciónó en su primera temporada en la Premier (20 goles en 26 partidos) aunque sus constantes lesiones no ayudaron a cimentar una incipiente leyenda en Stamford Bridge, como hiciese Drogba años atrás.
En cualquier caso, los números que acreditó en el Chelsea no son especialmente extraordinarios en un plantel en el que Eden Hazard o Cesc Fabregas son generadores incansables de ocasiones y pases de gol. Un delantero decente debería asegurar esos registros en el campeón de liga de la Premier League sin demasiadas complicaciones.
A sus 27 años Diego Costa se encuentra en un momento crucial de su carrera porque un delantero de 40 millones de euros cuyo objetivo era hacer olvidar a Drogba necesita dar mucho más de sí. Es impensable que un punta tan caro sea capaz de rescatar a un Chelsea en apuros, al menos con cierta asiduidad. Es impensable que un delantero pagado a precio de oro sea incapaz de funcionar como referencia en un combinado nacional cuyo centro del campo lo componen Andrés Iniesta, Juan Mata, Pedro Rodríguez, David Silva, Santi Cazorla o Cesc Fábregas.
La selección sigue ganando, sigue generando juego, sigue creando peligro con frecuencia, pero con Costa de inicio, diez futbolistas generan fútbol, espacios y ocasiones, y el undécimo parece fuera de sitio, como Bruce Willis en una película de Disney.
Costa nunca ha sido un dechado de virtudes técnicas. No es hábil en el regate, no es sutil evitando defensas y su calidad en el disparo tampoco pasará a la historia. El atacante del Chelsea vive de su físico. De su pelea incansable con rivales -en ocasiones llevada más allá del límite-. De sus desmarques y remate dentro del área.
Y prueba de ello es que en cuanto gana algo de peso, como reconoció que ha ocurrido en este inicio de liga, su juego baja a niveles de jugador mediocre. Cuando Diego Costa recaló en el Atlético de Madrid de Diego Simeone -quizás la mejor plantilla desde la faceta meramente física-, pasó de piedra a diamante. El problema para jugadores que, como él, viven de su físico es que es muy complicado estar al 100% varias temporadas consecutivas.
Por eso el tiempo se le echa encima en su deseo de demostrar que aquello no fue flor de un día. Diego Costa no es Ronaldo, ni Ibrahimovic ni Lewandowski, jugadores cuyo rendimiento sí se corresponde con el precio que por ellos se pagó. Por eso el hispano brasileño se encuentra en la encrucijada. O retoma su idilio con el gol o sus escarceos con el fútbol de élite serán historia. Su historia en la selección está a punto de finalizar. Y en Stamford Bridge mantendrán la paciencia... hasta cierto límite, porque las aguas bajan turbias al oeste de Londres.
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